La Odisea (Luis Segalá y Estalella)/Canto XV

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La Odisea (1910) de Homero
traducción de Luis Segalá y Estalella
ilustración de Flaxman, Walter Paget
Canto XV
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
Cuando en la isla Siria, envejecen los individuos de una generación, Apolo y Diana los
matan con suaves flechas


CANTO XV
LLEGADA DE TELÉMACO Á LA MAJADA DE EUMEO


1 Mientras tanto encaminóse Palas Minerva á la vasta Lacedemonia, para traerle á las mientes la idea del regreso al hijo ilustre del magnánimo Ulises é incitarle á que volviera á su morada. Halló á Telémaco y al preclaro hijo de Néstor acostados en el vestíbulo de la casa del glorioso Menelao: el Nestórida estaba vencido del blando sueño; mas no se habían señoreado de Telémaco las dulzuras del mismo, porque durante la noche inmortal desvelábale el cuidado por la suerte que á su padre le hubiese cabido. Y, parándose á su lado, dijo Minerva, la de los brillantes ojos:

10 «¡Telémaco! No es bueno que demores fuera de tu casa, habiendo dejado en ella las riquezas y unos hombres tan soberbios: no sea que se repartan tus bienes y se los coman, y luego el viaje te resulte inútil. Solicita con instancia y lo antes posible de Menelao, valiente en la pelea, que te deje partir, á fin de que halles aún en tu palacio á tu eximia madre; pues ya su padre y sus hermanos le exhortan á que contraiga matrimonio con Eurímaco, el cual sobrepuja en las dádivas á todos los pretendientes y va aumentando la ofrecida dote: no sea que, á pesar tuyo, se lleven de tu morada algún valioso objeto. Bien sabes qué ánimo tiene en su pecho la mujer: desea hacer prosperar la casa de quien la ha tomado por esposa; y ni de los hijos primeros, ni del marido difunto con quien se casó virgen, se acuerda más ni por ellos pregunta. Mas tú, volviendo allá, encarga lo tuyo á aquella de tus criadas que tengas por mejor, hasta que las deidades te den ilustre consorte. Otra cosa te diré, que pondrás en tu corazón. Los más conspicuos de los pretendientes se emboscaron, para acechar tu llegada, en el estrecho que media entre Ítaca y la escabrosa Samos; pues quieren matarte cuando vuelvas al patrio suelo; pero me parece que no sucederá así y que antes tendrá la tierra en su seno á alguno de los pretendientes que devoran lo tuyo. Por eso, haz que pase el bien construído bajel á alguna distancia de las islas y navega de noche; y aquel de los inmortales que te guarda y te protege, enviará detrás de tu barco próspero viento. Así que arribes á la costa de Ítaca, manda la nave y todos los compañeros á la ciudad; y llégate ante todo al porquerizo, que guarda tus cerdos y te quiere bien. Pernocta allí y envíale á la ciudad para que lleve á la discreta Penélope la noticia de que estás salvo y has llegado de Pilos.»

43 Cuando así hubo hablado, fuése Minerva al vasto Olimpo. Telémaco despertó al Nestórida de su dulce sueño, moviéndolo con el pie, y le dijo estas palabras:

46 «¡Despierta, Pisístrato Nestórida! Lleva al carro los solípedos corceles y úncelos, para que nos pongamos en camino.»

48 Mas Pisístrato Nestórida le repuso: «¡Telémaco! Aunque tengamos prisa por emprender el viaje, no es posible guiar los corceles durante la tenebrosa noche; y ya pronto despuntará la Aurora. Pero aguarda que el héroe Menelao Atrida, famoso por su lanza, traiga los presentes, los deje en el carro y nos despida con suaves palabras. Que para siempre dura en el huésped la memoria del varón hospitalario que le ha recibido amistosamente.»

56 Así le habló; y al momento vino la Aurora, de áureo trono. Entonces se les acercó Menelao, valiente en los combates, que se había levantado de la cama, de junto á Helena, la de hermosa cabellera. No lo hubo visto el caro hijo de Ulises, cuando se apresuró el héroe á cubrir su cuerpo con la espléndida túnica, se echó el gran manto á las robustas espaldas y salió á encontrarle. Y, deteniéndose á su vera, habló así el hijo amado del divinal Ulises:

64 «¡Menelao Atrida, alumno de Júpiter, príncipe de hombres! Deja que parta ahora mismo á mi querida patria, que ya siento deseos de volver á mi morada.»

67 Respondióle Menelao, valiente en la pelea: «¡Telémaco! No te detendré mucho tiempo, ya que deseas irte; pues me es odioso así el que, recibiendo á un huésped, lo quiere sin medida, como el que lo aborrece en extremo; más vale usar de moderación en todas las cosas. Tan mal procede con el huésped quien le incita á que se vaya cuando no quiere irse, como el que lo detiene si le urge partir. Se le debe tratar amistosamente mientras esté con nosotros y despedirlo cuando quiera ponerse en camino. Pero aguarda que traiga y coloque en el carro hermosos presentes que tú veas con tus propios ojos, y mande á las mujeres que aparejen en el palacio la comida con las abundantes provisiones que tenemos en el mismo; porque hay á la vez honra, gloria y provecho en que coman los huéspedes antes de que se vayan por la tierra inmensa. Dime también si acaso prefieres volver por la Hélade y por el centro de Argos, á fin de que yo mismo te acompañe; pues unciré los corceles, te llevaré por las ciudades populosas y nadie nos dejará partir sin darnos alguna cosa que nos llevemos, ya sea un hermoso trípode de bronce, ya un caldero, ya un par de mulos, ya una copa de oro.»

86 Respondióle el prudente Telémaco: «¡Menelao Atrida, alumno de Júpiter, príncipe de hombres! Quiero restituirme pronto á mis hogares, pues á nadie dejé encomendada la custodia de los bienes: no sea que en tanto busco á mi padre igual á los dioses, muera yo ó pierda algún excelente y valioso objeto que se lleven del palacio.»

92 Al oir esto, Menelao, valiente en la pelea, mandó en seguida á su esposa y á las esclavas que preparasen la comida en el palacio con las abundantes provisiones que en él se guardaban. Llegó entonces Eteoneo Boetida, que se acababa de levantar, pues no vivía muy lejos; y, habiéndole ordenado Menelao, valiente en la batalla, que encendiera fuego y asara las carnes, obedeció acto continuo. Menelao bajó entonces á una estancia perfumada; sin que fuera solo, pues le acompañaron Helena y Megapentes. En llegando adonde estaban los objetos preciosos, el Atrida tomó una copa doble y mandó á su hijo Megapentes que se llevase una cratera de plata; y Helena se detuvo cabe á las arcas en que se hallaban los peplos de muchas bordaduras, que ella en persona había labrado. La propia Helena, la divina entre las mujeres, escogió y se llevó el peplo mayor y más hermoso por sus bordados, que resplandecía como una estrella y estaba debajo de los otros. Y anduvieron otra vez por el palacio hasta juntarse con Telémaco, á quien el rubio Menelao habló de esta manera:

111 «¡Telémaco! Júpiter, el tonante esposo de Juno, te permita hacer el viaje como tu corazón desee. De cuantas cosas se guardan en mi palacio, voy á darte la más bella y preciosa. Te haré el presente de una cratera labrada, toda de plata con los bordes de oro, que es obra de Vulcano y diómela el héroe Fédimo, rey de los sidonios, cuando me acogió en su casa al volver yo á la mía. Tal es lo que deseo regalarte.»

120 Diciendo así, el héroe Atrida le puso en la mano la copa doble; el fuerte Megapentes le trajo la espléndida cratera que dejó delante del mismo; y Helena, la de hermosas mejillas, presentósele con el peplo en las manos y hablóle de esta suerte:

125 «También yo, hijo querido, te haré este regalo, que será un recuerdo de las manos de Helena, para que lo lleve tu esposa en la ansiada hora del casamiento; y hasta entonces guárdelo tu madre en el palacio. Y ojalá vuelvas alegre á tu casa bien construída y á tu patria tierra.»

130 Diciendo así, se lo puso en las manos y él lo recibió con alegría. El héroe Pisístrato tomó los presentes y fué colocándolos en la cesta del carro, después de contemplarlos todos con admiración. Luego el rubio Menelao se los llevó á entrambos al palacio, donde se sentaron en sillas y sillones. Una esclava dióles aguamanos, que traía en magnífico jarro de oro y vertió en fuente de plata, y puso delante de ellos una pulimentada mesa. La veneranda despensera trájoles pan y dejó en la mesa buen número de manjares, obsequiándolos con los que tenía reservados. Junto á ellos, el Boetida cortaba la carne y repartía las porciones; y el hijo del glorioso Menelao escanciaba el vino. Todos echaron mano á las viandas que tenían delante. Y apenas hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, Telémaco y el preclaro hijo de Néstor engancharon los corceles, subieron al labrado carro y lo guiaron por el vestíbulo y el pórtico sonoro. Tras ellos se fué el rubio Menelao Atrida, llevando en su diestra una copa de oro, llena de dulce vino, para que hicieran la libación antes de partir; y, deteniéndose ante el carro, se la presentó y les dijo:

151 «¡Salud, oh jóvenes, y llevad también mi saludo á Néstor, pastor de hombres; que me fué benévolo, como un padre, mientras los aqueos peleamos en Troya!»

154 Respondióle el prudente Telémaco: «En llegando allá, oh alumno de Júpiter, le diremos á Néstor cuanto nos encargas. ¡Así me fuera posible, al tornar á Ítaca, contarle á Ulises en su morada que vuelvo de tu palacio, habiendo recibido toda clase de pruebas de amistad y trayendo conmigo muchos y excelentes objetos preciosos!»

160 Así que acabó de hablar, pasó por cima de ellos, hacia la derecha, un águila que llevaba en las uñas un ánsar doméstico, blanco, enorme, arrebatado de algún corral; seguíanla, gritando, hombres y mujeres; y, al llegar junto al carro, torció el vuelo á la derecha, en frente mismo de los corceles. Al verla se holgaron; á todos se les regocijó el ánimo en el pecho, y Pisístrato Nestórida dijo de esta suerte:

167 «Considera, ¡oh Menelao, alumno de Júpiter, príncipe de hombres!, si el dios que nos mostró este presagio lo hizo aparecer para nosotros ó para ti mismo.»

169 Así habló. Menelao, caro á Marte, se puso á meditar cómo le respondería convenientemente; mas Helena, la de largo peplo, adelantósele pronunciando estas palabras:

172 «Oídme, pues os voy á predecir lo que sucederá, según los dioses me lo inspiran en el ánimo y yo me figuro que ha de llevarse á cumplimiento. Así como esta águila, viniendo del monte donde nació y tiene su cría, ha arrebatado el ánsar criado dentro de una casa: así Ulises, después de padecer mucho y de ir errante largo tiempo, volverá á la suya y conseguirá vengarse; si ya no está en ella, maquinando males contra los pretendientes.»

179 Respondióle el prudente Telémaco: «¡Así lo haga Júpiter, el tonante esposo de Juno; y allá te invocaré todos los días, como á una diosa!»

182 Dijo, é hirió con el azote á los corceles. Éstos, que eran muy fogosos, arrancaron al punto hacia el campo, á través de la ciudad, y en todo el día no cesaron de agitar el yugo.

185 Poníase el sol y las tinieblas empezaban á ocupar los caminos cuando llegaron á Feras, á la morada de Diocles, hijo de Orsíloco, á quien engendrara Alfeo. Allí durmieron aquella noche, aceptando la hospitalidad que Diocles se apresuró á ofrecerles.

189 Mas, así que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, engancharon los corceles, subieron al labrado carro y guiáronlo por el vestíbulo y el pórtico sonoro. Pisístrato azotó á los corceles para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Prestamente llegaron á la excelsa ciudad de Pilos, y entonces Telémaco habló de esta suerte al hijo de Néstor:

195 «¡Nestórida! ¿Cómo llevarías á cumplimiento, conforme prometiste, lo que te voy á decir? Nos gloriamos de ser para siempre y recíprocamente huéspedes el uno del otro, por la amistad de nuestros padres; tenemos la misma edad, y este viaje habrá acrecentado aún más la concordia entre nosotros. Pues no me lleves, oh alumno de Júpiter, más adelante de donde está mi bajel; déjame aquí, en este sitio: no sea que el anciano me detenga en su casa, contra mi voluntad, por el deseo de tratarme amistosamente; y á mí me urge llegar allá lo antes posible.»

202 Tal dijo. El Nestórida pensó en su alma cómo llevaría al cabo, de una manera conveniente, lo que había prometido. Y considerándolo bien, le pareció que lo mejor sería lo siguiente: dió la vuelta á los caballos hacia donde estaba la veloz nave en la orilla del mar; tomó del carro los hermosos presentes—los vestidos y el oro—que había entregado Menelao, y los dejó en la popa del barco; y, exhortando á Telémaco, le dijo estas aladas palabras:

209 «Corre á embarcarte y manda que lo hagan asimismo tus compañeros, antes que llegue á mi casa y se lo refiera al anciano. Bien sabe mi entendimiento y presiente mi corazón que, dada su vehemencia de ánimo, no dejará que te vayas, antes vendrá él en persona á llamarte; y yo te aseguro que no se volverá de vacío, pues entonces fuera grande su cólera.»

215 Diciendo de esta manera, volvió los caballos de hermosas crines hacia la ciudad de los pilios, y muy pronto llegó á su casa. Mientras tanto, Telémaco daba órdenes á sus compañeros y les exhortaba diciendo:

218 «Poned en su sitio los aparejos de la negra nave, compañeros, y embarquémonos para emprender el viaje.»

220 Así les dijo; y ellos le escucharon y obedecieron; pues, entrando inmediatamente en la nave, tomaron asiento en los bancos.

222 Ocupábase Telémaco en tales cosas, hacía votos y sacrificaba en honor de Minerva junto á la popa de la nave, cuando se le presentó un extranjero que venía huyendo de Argos, donde matara á un hombre, y era adivino, del linaje de Melampo. Este último vivió anteriormente en Pilos, criadora de ovejas, y allí fué opulento entre sus habitantes y habitó una magnífica morada; pero trasladóse después á otro país, huyendo de su patria y del magnánimo Neleo, el más esclarecido de los vivientes, quien le retuvo por fuerza muchas y ricas cosas un año entero. Durante el mismo permaneció Melampo atado con duras cadenas en el palacio de Fílaco, pasando muchos tormentos, por la grave falta que, para alcanzar la hija de Neleo, le había inducido á cometer una diosa: la horrenda Furia. Al fin se libró de la Parca, llevóse las mugidoras vacas de Fílace á Pilos, castigó por aquella mala acción al deiforme Neleo, y, después de conducir á su casa la mujer para el hermano, fuése á otro pueblo, á Argos, tierra criadora de corceles, donde el hado había dispuesto que habitara reinando sobre muchos argivos. Allí tomó mujer, labró una excelsa mansión y le nacieron dos hijos esforzados: Antífates y Mantio. Antífates engendró al magnánimo Oicleo y éste á Anfiarao, el que enardecía á los guerreros; al cual así Júpiter, que lleva la égida, como Apolo quisieron entrañablemente con toda suerte de amistad; pero no llegó á los umbrales de la vejez por haber muerto en Tebas á causa de los regalos que su mujer recibiera. Fueron sus hijos Alcmeón y Anfíloco. Por su parte, Mantio engendró á Polifides y á Clito: á éste la Aurora, de áureo trono, lo arrebató por su hermosura, á fin de tenerlo con los inmortales; y al magnánimo Polifides hízole Apolo el más excelente de los adivinos entre los hombres después que murió Anfiarao. Mas, como Polifides se irritara contra su padre, emigró á Hiperesia y, viviendo allí, daba oráculos á todos los mortales.

256 Era un hijo de éste, llamado Teoclímeno, el que entonces se presentó á Telémaco. Hallóle que oraba y ofrecía libaciones junto al negro bajel; y, hablándole, profirió estas aladas palabras:

260 «¡Amigo! Puesto que te encuentro sacrificando en este lugar, ruégote por estos sacrificios, por el dios y también por tu cabeza y la de los compañeros que te siguen, que me digas la verdad de cuanto te pregunte, sin ocultarme nada: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres?»

265 Respondióle el prudente Telémaco: «De todo, oh forastero, voy á informarte con sinceridad. Por mi familia soy de Ítaca y tuve por padre á Ulises, si todo no ha sido un sueño; pero ya aquél debe de haber acabado de deplorable manera. Por esto vine con los compañeros y el negro bajel, por si lograba adquirir noticias de mi padre, cuya ausencia se va haciendo tan larga.»

271 Díjole entonces Teoclímeno, semejante á un dios: «También yo desamparé la patria por haber muerto á un varón de mi tribu, cuyos hermanos y compañeros son muchos en Argos, tierra criadora de corceles, y gozan de gran poder entre los aqueos; y ahora huyo de ellos, evitando la muerte y la negra Parca, porque mi hado es ir errante entre los hombres. Pero acógeme en tu bajel, ya que huyendo he venido á suplicarte: no sea que me maten, pues sospecho que soy perseguido.»

279 Respondióle el prudente Telémaco: «No te rechazaré del bien proporcionado bajel, ya que deseas embarcarte. Sígueme, y allá te trataremos amistosamente, según los medios de que dispongamos.»

282 Dicho esto, tomóle la broncínea lanza que dejó tendida en el tablado del corvo bajel; subió á la nave, surcadora del ponto, sentóse en la popa y colocó cerca de sí á Teoclímeno. Al punto soltaron las amarras. Telémaco, exhortando á sus compañeros, les mandó que aparejasen la jarcia, y obedeciéronle todos diligentemente. Izaron el mástil de abeto, lo metieron en el travesaño, lo ataron con sogas, y acto continuo extendieron la blanca vela con correas bien torcidas. Minerva, la de los brillantes ojos, envióles próspero viento que soplaba impetuoso por el aire, á fin de que el navío, corriera y atravesara lo más pronto posible la salobre agua del mar. Así pasaron por delante de Crunos y del Calcis, de hermoso caudal.

296 Púsose el sol y las tinieblas ocuparon todos los caminos. La nave, impulsada por el favorable viento de Júpiter, se acercó á Feas y pasó á lo largo de la divina Élide, donde ejercen su dominio los epeos. Y desde allá Telémaco puso la proa hacia las islas Agudas, con gran cuidado de si se libraría de la muerte ó caería preso.

301 Mientras tanto Ulises y el divinal porquerizo cenaban en la cabaña y junto con ellos los demás hombres. Y apenas satisficieron el deseo de comer y de beber, Ulises,—probando si el porquerizo aún le trataría con amistosa solicitud, mandándole que se quedara allí, en el establo, ó le incitaría á que ya se fuése á la ciudad,—les habló de esta manera:

307 «¡Oídme Eumeo y demás compañeros! Así que amanezca, quiero ir á la ciudad para mendigar y no seros gravoso ni á ti ni á tus amigos. Aconséjame bien y proporcióname un guía experto que me conduzca; y vagaré por la población, obligado por la necesidad, para ver si alguien me da una copa de vino y un mendrugo de pan. Yendo al palacio del divinal Ulises, podré comunicar nuevas á la prudente Penélope y mezclarme con los soberbios pretendientes por si me dieren de comer, ya que disponen de innumerables viandas. Yo les serviría muy bien en cuanto me ordenaren. Voy á decirte una cosa y tú atiende y óyeme: merced á Mercurio, el mensajero, el cual da gracia y fama á los trabajos de los hombres, ningún otro mortal rivalizaría conmigo en el servir, lo mismo si se tratase de amontonar debidamente la leña para encender un fuego, ó de cortarla cuando está seca, que de trinchar ó asar carne, ó bien de escanciar el vino, que son los servicios que los inferiores prestan á los grandes.»

325 Y tú, muy afligido, le hablaste de esta manera, porquerizo Eumeo: «¡Ay, huésped! ¿Cómo se te aposentó en el espíritu tal pensamiento? Quieres sin duda perecer allá, cuando te decides á penetrar por entre la muchedumbre de los pretendientes cuya insolencia y orgullo llegan al férreo cielo. Sus criados no son como tú, pues siempre les sirven jóvenes ricamente vestidos de mantos y túnicas, de luciente cabellera y de lindo rostro; y las mesas están cargadas de pan, de carnes y de vino. Quédate con nosotros, que nadie se enoja de que estés presente: ni yo, ni ninguno de mis compañeros. Y cuando venga el amado hijo de Ulises, te dará un manto y una túnica para vestirte y te conducirá adonde tu corazón y tu ánimo prefieran.»

340 Respondióle el paciente divinal Ulises: «¡Ojalá seas, Eumeo, tan caro al padre Júpiter como á mí; ya que pones término á mi fatigosa y miserable vagancia! Nada hay tan malo para los hombres como la vida errante: por el funesto vientre pasan los mortales muchas fatigas, cuando los abruman la vagancia, el infortunio y los pesares. Mas ahora, ya que me detienes, mandándome que aguarde la vuelta de aquél, ea, dime si la madre del divinal Ulises y su padre, á quien al partir dejara en los umbrales de la vejez, viven aún y gozan de los rayos del sol ó han muerto y se hallan en la morada de Plutón.»

351 Díjole entonces el porquerizo, mayoral de los pastores: «De todo, oh huésped, voy á informarte con exactitud. Laertes vive aún y en su morada ruega continuamente á Júpiter que el alma se le separe de los miembros; porque padece grandísimo dolor por la ausencia de su hijo y por el fallecimiento de su legítima y prudente esposa, que le llenó de tristeza y le ha anticipado la senectud. Ella tuvo deplorable muerte por el pesar que sentía por su glorioso hijo; ojalá no perezca de tal modo persona alguna, que, habitando en esta comarca, sea amiga mía y como á tal me trate. Mientras vivió, aunque apenada, holgaba yo de preguntarle y consultarle muchas cosas, porque me había criado juntamente con Ctímene, la de largo peplo, su hija ilustre, á quien parió la postrimera: juntos nos criamos, y era yo honrado casi lo mismo que su hija. En llegando á la deseable pubertad, á Ctímene casáronla en Same, recibiendo por su causa infinitos dones; y á mí púsome aquélla un manto y una túnica, vestidos muy hermosos, dióme con que calzar los pies, me envió al campo y aún me quiso más en su corazón. Ahora me falta su amparo, pero las bienaventuradas deidades prosperan la obra en que me ocupo, de la cual como y bebo, y hasta doy limosna á venerandos suplicantes. Pero no me es posible oir al presente dulces palabras de mi señora ni lograr de ella ninguna merced, pues el infortunio entró en el palacio con la llegada de esos hombres tan soberbios; y, con todo, tienen los criados gran precisión de hablar con su dueña y hacerle preguntas sobre cada asunto, y comer y beber, y llevarse al campo alguno de aquellos presentes que alegran el ánimo de los servidores.»

380 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Oh dioses! ¡Cómo, niño aún, oh porquerizo Eumeo, tuviste que vagar tanto y tan lejos de tu patria y de tus padres! Mas, ea, dime, hablando sinceramente, si fué destruída la ciudad de anchas calles en que habitaban tu padre y tu veneranda madre; ó si, habiéndote quedado solo junto al ganado de ovejas ó de bueyes, unos piratas te echaron mano y te trajeron en sus naves para venderte en la casa de este varón que les entregó un buen precio.»

389 Díjole entonces el porquerizo, mayoral de los pastores: «¡Huésped! Ya que sobre esto me preguntas é interrogas, óyeme y recréate, sentado y bebiendo vino. Estas noches son inmensas, hay en las mismas tiempo para dormir y tiempo para deleitarse oyendo relatos, y á ti no te cumple irte á la cama antes de la hora, puesto que daña el dormir demasiado. De los demás aquél á quien el corazón y el ánimo se lo aconseje, salga y acuéstese; y, no bien raye el día, tome el desayuno y váyase con los puercos de su señor. Nosotros, bebiendo y comiendo en la cabaña, deleitémonos con renovar la memoria de nuestros tristes infortunios; pues halla placer en el recuerdo de los trabajos sufridos, quien padeció muchísimo y anduvo errante largo tiempo. Voy, pues, á hablarte de aquello acerca de lo cual me preguntas é interrogas.

403 »Hay una isla que se llama Siria—quizás la oíste nombrar—sobre Ortigia, donde el sol vuelve su giro: no está muy poblada, pero es fértil y abundosa en bueyes, en ovejas, en vino y en trigales. Jamás se padece hambre en aquel pueblo y ninguna dolencia aborrecible les sobreviene á los míseros mortales: cuando envejecen los hombres de una generación, preséntanse Apolo, que lleva arco de plata, y Diana, y los van matando con suaves flechas. Existen en la isla dos ciudades, que se han repartido todo el territorio, y en ambas reinaba mi padre, Ctesio Orménida, semejante á los inmortales.

415 »Allí vinieron unos fenicios, hombres ilustres en la navegación pero falaces, que traían innúmeros joyeles en su negra nave. Había entonces en casa de mi padre una mujer fenicia, hermosa, alta y diestra en irreprochables labores; y los astutos fenicios la sedujeron. Uno, que la encontró lavando, unióse con ella, junto á la cóncava nave, en amor y concúbito, lo cual les turba la razón á las débiles mujeres, aunque sean laboriosas. Preguntóle luego quién era y de dónde había venido; y la mujer, señalándole al punto la alta casa de mi padre, le respondió de esta guisa:

425 «Me jacto de haber nacido en Sidón, que abunda en bronce, y soy hija del opulento Aribante. Robáronme unos piratas tafios un día que tornaba del campo y, habiéndome traído aquí, me vendieron al amo de esa morada, quien les entregó un buen precio.»

430 »Díjole á su vez el hombre que con ella se había unido secretamente: «¿Querrías tornar á tu patria con nosotros, para ver la alta casa de tu padre y de tu madre y á ellos mismos? Pues aún viven y gozan fama de ricos.»

434 »La mujer le respondió con estas palabras: «Así lo hiciera si vosotros, oh navegantes, os obligaseis de buen grado y con juramento á conducirme sana y salva á mi patria.»

437 »Así les habló; y todos juraron, como se lo mandaba. Tan pronto como hubieron acabado de prestar el juramento, la mujer les dirigió nuevamente la palabra y les dijo:

440 «Silencio ahora, y ninguno de vuestros compañeros me hable si me encuentra en la calle ó en la fuente: no sea que vayan á decírselo al viejo, allá en su morada; y éste, poniéndose receloso, me ate con duras cadenas y maquine cómo exterminaros á vosotros. Guardad en vuestra mente lo convenido y apresurad la compra de las provisiones para el viaje. Y así que el bajel esté lleno de vituallas, penetre alguien en el palacio para anunciármelo; y traeré cuanto oro me venga á las manos. Encima de esto quisiera daros otra recompensa por mi pasaje: en la casa cúidome de un hijo de ese noble señor, y es tan despierto que ya corre conmigo fuera del palacio; lo traeré á vuestra nave y os reportará una suma inmensa dondequiera que en el país de otras gentes lo vendiereis.»

454 »Cuando así hubo dicho, fuése al hermoso palacio. Quedáronse los fenicios un año entero con nosotros y compraron muchas vituallas para la cóncava nave; mas, así que estuvo cargada y en disposición de partir, enviaron un propio para decírselo á la mujer. Presentóse en casa de mi padre un hombre muy sagaz, que traía un collar de oro engastado con ámbar; y, mientras las esclavas y mi veneranda madre lo tomaban en las manos, lo contemplaban con sus ojos y ofrecían precio, aquél hizo á la mujer silenciosa señal y se volvió acto continuo á la cóncava nave. La fenicia, tomándome por la mano, me sacó del palacio y, como hallara en el vestíbulo las copas y las mesas de los convidados que frecuentaban la casa de mi padre y que entonces habían ido á sentarse en la junta del pueblo, llevóse tres copas que escondió en su seno; y yo la fuí siguiendo simplemente. Poníase el Sol y las tinieblas ocupaban todos los caminos, en el momento en que nosotros, andando á buen paso, llegamos al famoso puerto donde se hallaba la veloz embarcación de los fenicios. Nos hicieron subir, embarcáronse todos, empezó la navegación por la líquida llanura y Júpiter nos envió próspero viento. Navegamos seguidamente por espacio de seis días con sus noches; mas, cuando el Saturnio Jove nos trajo el séptimo día, Diana, que se complace en tirar flechas, hirió á la mujer, y ésta cayó con estrépito en la sentina, cual si fuese una paviota. Echáronla al mar, para pasto de focas y de peces; y yo me quedé con el corazón afligido. El viento y las olas los trajeron á Ítaca, y acá Laertes me compró con sus bienes. Así fué como mis ojos vieron esta tierra.»

485 Ulises, el de jovial linaje, respondióle con estas palabras: «¡Eumeo! Has conmovido hondamente mi corazón al contarme por menudo los males que padeciste. Mas Júpiter te ha puesto cerca del mal un bien, ya que, aunque á costa de muchos trabajos, llegaste á la morada de un hombre benévolo que te da solícitamente de comer y de beber, y disfrutas de buena vida; mientras que yo tan sólo he podido llegar aquí, después de peregrinar por gran número de ciudades.»

493 Así éstos conversaban. Echáronse después á dormir, mas no fué por mucho tiempo; que en seguida vino la Aurora, de hermoso trono.


495 Los compañeros de Telémaco, cuando ya la nave se acercó á la tierra, amainaron las velas, abatieron rápidamente el mástil, y llevaron el buque, á fuerza de remos, al fondeadero. Echaron anclas y ataron las amarras, saltaron á la playa y aparejaron la comida, mezclando el negro vino. Y así que hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, el prudente Telémaco empezó á decirles:

503 «Llevad ahora el negro bajel á la ciudad; pues yo me iré hacia el campo y los pastores; y al caer de la tarde, cuando haya visto mis tierras, bajaré á la población. Y mañana os daré, como premio de este viaje, un buen convite de carnes y dulce vino.»

508 Díjole entonces Teoclímeno, semejante á un dios: «¿Y yo, hijo amado, adónde iré? ¿Á cúya casa de los varones que imperan en la áspera Ítaca? ¿Ó habré de encaminarme adonde está tu madre, á tu morada?»

512 Respondióle el prudente Telémaco: «En otras circunstancias te mandaría á mi casa, donde no faltan recursos para hospedar al forastero: mas ahora fuera lo peor para ti, porque yo no estaré y mi madre tampoco te ha de ver; que en el palacio no se muestra á menudo á los pretendientes, antes vive muy apartada en la estancia superior, labrando una tela. Voy á indicarte un varón á cuya casa puedes ir: Eurímaco, preclaro hijo del prudente Pólibo, á quien los itacenses miran ahora como á un numen, pues es, con mucho, el mejor de todos y anhela casarse con mi madre y alcanzar la dignidad real que tuvo Ulises. Mas, Júpiter Olímpico, que vive en el éter, sabe si antes de las bodas hará que luzca para los pretendientes un infausto día.»

525 No hubo acabado de hablar, cuando voló en lo alto, hacia la derecha, un gavilán, el rápido mensajero de Apolo; el cual desplumaba una paloma que tenía entre sus garras, dejando caer las plumas á tierra entre la nave y el mismo Telémaco. Entonces Teoclímeno llamóle á éste, separadamente de los compañeros, le tomó la mano y así le dijo:

531 «¡Telémaco! No sin ordenarlo un dios, voló el ave á tu derecha; pues, mirándola de frente, he comprendido que es agorera. No hay en la población de Ítaca un linaje más real que el vuestro y mandaréis allá perpetuamente.»

535 Respondióle el prudente Telémaco: «Ojalá se cumpliese lo que dices, oh forastero, que bien pronto conocerías mi amistad, pues te hiciera tantos presentes que te considerara dichoso quien contigo se encontrase.»

539 Dijo; y habló así á Pireo, su fiel amigo: «¡Pireo Clítida! Tú, que en las restantes cosas eres el más obediente de los compañeros que me han seguido á Pilos, llévate ahora mi huésped á tu casa, trátale con solícita amistad y hónrale hasta que yo llegue.»

544 Respondióle Pireo, señalado por su lanza: «¡Telémaco! Aunque fuere mucho el tiempo que aquí te detengas, yo me cuidaré de él y no echará de menos los dones de la hospitalidad.»

547 Cuando así hubo hablado, subió á la nave y ordenó á los compañeros que le siguieran y desataran las amarras. Éstos se embarcaron en seguida, sentándose por orden en los bancos. Telémaco se calzó las hermosas sandalias y tomó del tablado del bajel la lanza fuerte y de broncínea punta, mientras los marineros soltaban las amarras.

553 Hiciéronse á la vela y navegaron con rumbo á la población, como se lo mandara Telémaco, hijo amado del divinal Ulises. Y él se fué á buen paso hacia la majada donde tenía innumerables puercos, junto á los cuales pasaba la noche el porquerizo, que tan afecto era á sus señores.