Las mil y una noches:0999

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0999: la crema de aceite de alfonsigos y la dificultad jurídica resuelta

LA CREMA DE ACEITE DE ALFONSIGOS Y LA DIFICULTAD JURÍDICA RESUELTA[editar]

"Bajo el reinado del califa Harún Al-Raschid, el kadí supremo de Bagdad era Yacub Abu-Yussef, el hombre más sabio y el jurisconsulto más profundo y más listo de su tiempo. Había sido el discípulo y el compañero más querido del imam Abu-Hanifah. Y dotado de la erudición más esclarecida, fué el primero que escribió, arregló y coordinó en un conjunto metódico y razonado la admirable doctrina instaurada por su maestro el imam. Y esta doctrina, extractada así, fué la que en adelante sirvió de guía y de base al rito ortodoxo hanefita.

Y por sí mismo nos cuenta él la historia de su origen humilde, así como lo concerniente a una crema de alfónsigos y a una grave dificultad jurídica resuelta.

Dice:

"Cuando murió mi padre (Alah le tenga en Su misericordia y le reserve un sitio escogido!) yo no era más que un niño pequeño en el regazo de mi madre. Y como éramos pobres y en mí estaba el único sostén de la casa, en cuanto crecí, mi madre se apresuró a colocarme de aprendiz en la casa de un tintorero del barrio. Y así empecé a ganar pronto para alimentar a mi madre.

Pero como Alah el Altísimo no había escrito en mi destino el oficio de tintorero, no podía yo decidirme a pasarme todos los días junto a las tinas de tinte. Y a menudo me escapaba de la tienda para ir a mezclarme con los atentos oyentes que escuchaban la enseñanza religiosa del imam Abu-Hanifah (¡Alah le colme con Sus dones más escogidos!). Pero mi madre, que vigilaba mi conducta y me seguía frecuentemente, reprobaba con violencia aquellas salidas, y muchas veces iba a sacarme de la asamblea que escuchaba al venerable maestro. Y me arrastraba de la mano, riñéndome y pegándome y me hacía volver por fuerza a la tienda del tintorero.

Y yo, a pesar de aquellas persecuciones asiduas y de aquellas regañinas por parte de mi madre, siempre encontraba medio de seguir con regularidad las lecciones del maestro venerado, que ya me conocía y me citaba por mi celo, mi diligencia y mi ardor en buscar instrucción. De modo que un día, furiosa por mis escapatorias de la tienda del tintorero, mi madre se puso a gritar en medio del auditorio escandalizado, y dirigiéndose violentamente a Abu-Hanifah, le insultó, diciéndole: "Tú eres ¡oh jeique! el causante de la perdición de este niño, y de la segura caída en el vagabundaje de este huérfano sin recurso alguno. Porque yo no tengo más que el producto insuficiente de mi huso; y si este huérfano no gana algo por su parte, pronto nos moriremos de hambre. Y la responsabilidad de nuestra muerte recaerá sobre ti el día del Juicio". Y mi venerado maestro no perdió nada de su tranquilidad ante tan violenta salida, y contestó a mi madre con voz conciliadora: "¡Oh pobre! ¡Alah te colme con Sus gracias! Pero nada temas. Este huérfano aprende aquí a comer un día la crema de flor fina preparada con aceite de alfónsigos". Y al oír esta respuesta mi madre quedó persuadida de que vacilaba la razón del venerable imam, y se marchó, arrojándole esta última injuria: "¡Alah abrevie tus días, que eres un viejo chocho y pierdes la razón!" Pero yo guardé en mi memoria aquellas palabras del imam.

Y como Alah había puesto en mi corazón la pasión del estudio, esta pasión resistió a todo, y acabó por triunfar en los obstáculos. Y uní fervientemente a Abu-Hanifah. Y el Donador me otorgó la ciencia y las ventajas que ésta proporciona, de modo que poco a poco fui ascendiendo en categoría, y acabé por alcanzar las funciones de kadí supremo de Bagdad. Y se me admitía en la intimidad del Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid, que con frecuencia me invitaba a compartir sus comidas. Un día que estaba yo comiendo con el califa, he aquí que al final de la comida los esclavos trajeron una fuente grande donde temblaba una maravillosa crema blanca salpimentada de polvo de alfónsigos, y cuyo aroma, por sí solo, era un gusto. Y el califa se encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! prueba esto. No sale tan bien a diario este manjar. Hoy está excelente". Y pregunté: "¿Cómo se llama este manjar, ¡oh Emir de los Creyentes!? ¿Y con qué está preparado para tener tan buena vista y un olor tan agradable?" Y me contestó: "Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.